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«que os absorbe totalmente, os dedica radicalmente, hace de vosotros instrumentos vivos de la acción de Cristo en el mundo, como prolongación de su misión para gloria del Padre». En este contexto se comprende perfectamente la exigen– cia del celibato, cuya alma es el amor, un amor universal que no conoce fronteras, un amor que no excluye a nadie, porque en el corazón del sacerdote caben todos los hombres y todos los pueblos del universo. El sacerdote renuncia a la paternidad biológica y a for– mar un hogar, - pero, con su donación de sí, con sus desvelos de buen pastor, adquiere una paternidad y una ma– ternidad en el orden espiritual desde el mo– mento en que engendra en el dolor hijos espiri– tuales. Y esta paternidad cuasi maternal supera en intensidad y en número a la mera paternidad física; para cumplir con su misión de paternidad uni– versal y las numerosas obligaciones pastorales asumidas en conciencia y en plena libertad, debe estar libre, con el corazón indiviso y sin otros deberes vinculantes y excluyentes de esposa, hijos, hogar. .. ; el seguimiento de Cristo consiste en dejarlo todo y seguir sus pisadas. En esta perspectiva cobran su más profundo sentido las palabras de Juan Pablo II, en la alameda de Valencia, pro– fundizando en el celibato sacerdotal: «No es una limitación ni una frustración. Es la expre– sión de una donación plena, de una consagración pecu– liar, de una disponibilidad absoluta. Al don que Dios otorga en el sacerdocio responde la entrega del elegido con todo su ser, con su corazón y con su cuerpo, con el significado esponsal que tiene, referido al amor de Cristo y a la entrega total a la comunidad de la Iglesia, el celi– bato sacerdotal. El alma de esta entrega es el amor. Por el celibato no se renuncia al amor, a la facultad de vivir y significar el 117

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