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institución impuesta por ley a todos los que reciben el sacra– mento del orden no responde a la realidad. Y esto lo sabemos todos. El ordenado sabe perfectamente lo que significa el celi– bato, y lo acepta «con plena conciencia y libertad» después de varios años de preparación, después de haberlo pensado mu– cho, después de haber reflexionado y orado mucho. No es, por tanto, una decisión precipitada. Nace de la convicción profunda de que ha sido elegido por Cristo y del ideal maravilloso de entrega a Cristo, a la Iglesia y a los hermanos. La opción fundamental por Cristo, por la Iglesia, por los hermanos hombres es un «don», que significa un amor de preferencia, al cual responde el sacerdote con el «don de sí», que es un compromiso personal, «irrevocable» y para siempre. Y este compromiso total -para toda la vida- de vivir el celibato como «don» no sólo liga al sacer– dote por la «ley» establecida por la Iglesia, sino también «en función de la responsabilidad personal». Este es el gran valor de la decisión personal. Pensar o defender lo contrario es, según la expresión rotunda y diá– fana de Juan Pablo II, «fruto de un equívoco, por no decir de mala fe». Es una decisión personal, hecha a conciencia y libre– mente. Es un compromiso solemne con Cristo y con la Iglesia. Es, en el fondo, una cuestión de «honor». Se trata aquí «de mantener la palabra dada a Cristo y a la Iglesia», y el sacerdote debe tener siempre «palabra de caballero». Es decir, no debe volverse atrás ni retractarse de sus com– promisos, porque ha dado palabra de caballero ante Dios y ante la Iglesia, siendo testigos presenciales el obispo, sus fa– miliares, sus amigos y compañeros. Puede ser que, a lo largo del camino emprendido, surjan dificultades, tenta– ciones y horas bajas de cansancio y pesimismo. El sacerdote lleva este tesoro en «vaso de barro» y está expuesto a la tentación como cualquier cristiano. Son los momentos duros y difíciles de la «prueba», que van a demostrar qué clase de hombre es el sacerdote, qué grado de madurez posee, hasta dónde alcanza su capacidad de generosidad y de fidelidad. 115
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