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trañas al Evangelio, a la Tradición y al Magisterio eclesiástico. - Porque se ha llegado a conclusiones dudosas, ins– piradas en un relativismo temporalista, en franca oposición a los datos de la fe y a la experiencia multisecular de la Iglesia. Porque se ha creado artificialmente un clima de confusionismo entre el pueblo creyente y un ma– lestar peligroso en algunos sectores del mismo sa– cerdocio. - Porque estas objeciones y críticas han llegado a turbar el alma de algunos sacerdotes en situa– ciones de pesimismo o cansancio. ¿Qué piensa Juan Pablo II de estas objeciones y críticas? Con serenidad y firmeza afirma que este fenómeno de las objeciones, la crítica y la contestación no es nuevo. Ca– rece de originalidad, puesto que es de ahora y de siempre. Lo que sucede ahora no es para «maravillarnos demasiado», aunque se ha intensificado notablemente en el período pos– conciliar. Sin embargo, da la impresión de que el fenómeno va perdiendo fuerza paulatinamente en algunas partes. El juicio de valor del Papa es bien claro: «Ninguno de los motivos con los que a veces se in– tenta 'convencernos' acerca de la inoportunidad del celi– bato corresponde a la verdad que la Iglesia proclama y que trata de realizar en la vida a través de un empeño concreto, al que se obligan los sacerdotes antes de la or– denación sagrada». Estos motivos no son «convincentes», en primer lugar, porque se basan en interpretaciones que no encuentran co– bertura en el mensaje revelado, ni en la auténtica tradición de la Iglesia, ni en su magisterio. Son criterios «extraños» a estas fuentes evangélicas y eclesiales lo que lleva consigo su intrínseca descalificación. Pero es que, por otra parte, fallan las mismas bases antropológicas de su argumentación: «Criterios, añadamos, cuya exactitud y base 'antropo– lógica' se revelan muy dudosos y de valor relativo». La opinión, a menudo difundida, según la cual el celi– bato sacerdotal en la Iglesia católica sería simplemente una 114

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