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crificio único de nuestra salvación, el hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la redención. Esta restitución no puede faltar: es fun– damento de la 'alianza nueva y eterna' de Dios con el hombre y del hombre con Dios. Si llegase a faltar, se de– bería poner en tela de juicio bien sea la excelencia de la redención, que fue perfecta y definitiva, bien sea el valor sacrificial de la santa misa. Por tanto, la Eucaristía, siendo verdadero sacrificio, obra esa restitución a Dios,, 6 • Haced esto ... El sacerdote es el hombre de la Eucaristía. La Eucaristía es su razón de ser, su quehacer, su misión específica, su destino, su compromiso. Somos, en cierto sentido, - Por ella. Nos creó el Señor en función de la Eucaris– tía, para consagrar el pan de vida y el cáliz de la salvación. Para distribuirla a los hermanos, hambrientos y sedientos de Dios. Somos el fruto amoroso de un pensamiento eucarís– tico de Dios. - Para ella. La Eucaristía es la «principal y central ra– zón de ser» de nuestro sacerdocio ministerial. - Responsables de ella. Tenemos que cuidarla y respon– der de ella con reverencia sagrada. Tenemos que cuidarla y defenderla, con ternura y con apasionamiento, del olvido, de la indiferencia, de la frialdad, de la profanación, de la «instrumentalización». Tenemos que hacerla comprender y hacerla amar. Frente a los que encuentran duras las pala– bras de Cristo y lo abandonan, hay que proclamar a corazón abierto la presencia «verdadera, real y sustancial» del cuerpo y la sangre de Jesucristo bajo las especies del sacra– mento: «Dios está aquí...» «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna». Hay que defender el misterio sacro de la ambigüedad y el descreimiento: «No admite ninguna imitación 'profana', que se con– vertiría muy fácilmente (si no incluso en norma) en una profanación. Esto hay que recordarlo siempre, y quizá 6 Ibid., p.33. 105
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