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La celebración de la Eucaristía transfigura al sacerdote hasta en la expresión corporal cuando se sienta a la mesa de la cena y renueva el misterio de la cruz. La Eucaristía, «sa– grado banquete» y «memorial de la pasión del Señor», es la cima de la existencia sacerdotal, la nota suprema de su iden– tidad, el más sublime quehacer. Lo dice Juan Pablo H en su carta Dominicae cenae: «Esta es la principal y central razón de ser del sacra– mento del sacerdocio, nacido, efectivamente, en el mo– mento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella. No sin razón, las palabras 'Haced esto en conmemo– ración mía' son pronunciadas inmediatamente después de las palabras de la consagración eucarística, y nosotros las repetimos cada vez que celebramos el santo sacrificio» 1 . Haced esto... Para corresponder al amor personal de Cristo, que re– basa todos los moldes humanos y llega hasta el extremo en la intensidad y hasta el fin en el tiempo. Para responder a un amor que es más fuerte y misterioso que la muerte, puesto que Jesús está con nosotros «realmente, verdadera– mente, sustancialmente» presente hasta el fin de los tiempos. Cristo Jesús es nuestra «Eucaristía», «es decir, nuestro agradecimiento, nuestra alabanza por habernos redimido con su muerte y hecho participantes de su vida inmortal mediante su resurrección» 2 • Haced esto... Lo mismo que El hizo, en su conmemoracmn, en re– cuerdo suyo, en su memoria santa. Con sus mismas pala– bras, con su misma voz, con su mismo tono, con su misma intención, con su misma expresión. El sacerdote se convierte en voz, sentimiento, gesto, mi– lagro de Cristo. Sabe que actúa en nombre de Cristo, ha– ciendo de instrumento del Señor, revistiéndose de Cristo, con su mandato expreso: 1 JUAN PABLO II, Ensetianzas al Pueblo de Dios 1980 (l-a) p.22. 2 Ibid.. p.24. 102
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