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tar siempre con las reservas necesarias para que el alma se mantenga sana y robusta. La insistencia de Juan Pablo II en la dimensión personal del mismo apostolado es lógica desde estas premisas de fe y de psicología. El sacerdote tiene que predicar la conversión empezando por sí mismo, tiene que estar con Dios antes de esforzarse por llevar a los hombres a Dios, sin confundir la acción con la agitación o el nerviosismo: «Pero recordad siempre que el primer campo de vues– tro apostolado es vuestra vida personal. Aquí es donde, ante todo, el mensaje del Evangelio debe ser predicado y vivido. Vuestro primer deber apostólico es vuestra santi– ficación. Ningún cambio en la vida religiosa tiene impor– tancia alguna si no es también una conversión de vosotras mismas a Cristo. Ningún movimiento de vida religiosa tiene valor alguno si no es simultáneamente un movi– miento hacia el interior, hacia el 'centro' profundo de vuestra existencia, donde Cristo tiene su morada. No es lo que importa lo que sino lo que sois como mu– jeres consagradas al Señor» Sin la unión con Cristo, el cambio no tiene importancia alguna. Sin Cristo como «centro» del ser v del sacerdo- tal, los «movimientos» de vida religÍosa no tienen valor al– guno. El sacerdote tiene que ser un convencido de que sin Cristo no puede hacer absolutamente nada. La experiencia de los apóstoles es altamente significativa: han trabajado duro toda la noche y regresan a tierra con las redes vacías. Son pescadores expertos, conocen el mar, trabajan con todas sus fuerzas. Y nada. Las redes vacías. Pero cuando re– man mar adentro y echan la red en nombre del Señor, la pesca es tan abundante que se rompen las redes y casi se hunden las barcas. Hay que remar mar adentro, pero siempre con Cristo sentado en la barca ... 22 Ibid. p.331. 100
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