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no es para quitar el hambre, ni la angustia ni la tragedia. Es el milagro -elegante y cordial- del vino que se bebe en convi– vencia festí va en la mesa del banquete. La fuerza del argu– mento es incuestionabl e . Sí ante una insinuación de su madre. Jesús reali za el milagro, cuando aún no ha llegado su hora, en un problema que no le afecta expresamente a Ella... ¡cuánto más eficiente será la interces ión de María en materias funda– mentales como la gracia, la misericordia y la salvación! En la escena no existe e l mínimo afán de protagonismo por parte de Mm·ía. Lo que sal ta a la vista es, aquí y siempre, su desvelo maternal, su humana cortesía contagiosa y su res– puesta de amorosa disponibilidad en las manos de Dios. Y el detalle del valor de su interces ión . Lo dice bellamente Schi– lleebeeckx, en su magn ífica obra "María Madre de la Reden– ción": "María es el prototipo de todo ejemplo de respuesta a la grac ia. Y lo que María adqu iere para nosotros, como "Omnipotencia Suplicante", es la necesidad de respon– der -con fe y amor sacrificial - a la gracia en todos los momentos de nuestras vidas. María es la persona univer– salmente receptiva, que está permitiendo si n cesar que el Redentor se en tregue a ella y a toda la humanidad ..." Ambición e inoportunidad. Es una acusación fundada en un tex to , o mejor en un " pretexto" , que no tiene nada que ver con la fisono mía moral de María.. . En el fondo, se trata de una cuestión de honor con una si n– tonía universal sobre la fisonomía " impecable" de la Virgen. Los pensadores prueban con ri gurosa argumentación que María está libre de todo pecado y los teólogos nos ofrecen textos de antología, que sirven de sabrosa contemplación: San Buenaventura escribe esta frase espléndida: "Pero cuando tuvo en su seno al Santo de los santos, entonces fu e santificada de modo conforme a su Hijo, no só lo en cuanto a la impotencia para el pecado, sino tam– bi én en cuanto a la imposibilidad de caer en ninguno." San Bernardo nos ofrece una versión con más detall es: "En la Virgen no es lícito sospechar algo, no di go tene– broso, oscuro o menos lúcido, pero ni siquiera tibio." San Agustín ve tan claro el tema que no quiere ni hab lar de eso: 84
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