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que en las profundidades del ser exige y promete eternidad: "nos amaremos siempre, éste es un amor eterno." Es magní– fico el testimonio de las Bodas de oro de unos amigos que ponían este broche de honor al relato de sus experiencias con– yugales: nos seguirnos queriendo como el primer día. Y se fundieron emocionados, con lágrimas en los ojos, en un sere– no abrazo... La ciudad mundanal es triste y egoísta: no hay bullicio, ni alboroto ni cascadas de risas de niños por el virus de una men– talidad antinatal y hedonista que es hostil a la nueva vicia. Ya no se oyen los bellos cantares de las madres acunando o embelesando a los pequeñuelos con historias, cuentos y leyendas. Me decía un amigo en Viena en respuesta al elogio que yo hacía de sus jardines: "tenemos, sí, hermosos jardines, pero... no tenemos niños." El hogar sin niños es una ciudad sin jardines. Así de triste , de aburrida y estéril es la ciudad mundanal. El proceso que lleva a la quiebra y a la ruptura del matri- monio suele dejar hondas huellas en el alma virgen de los pequeños. El niño vive con particular intensidad los espacios dramáticos ele hostilidad, ele agresividad y de violencia que preparan el camino de la separación de los padres. El niño es la víctima inocente de la familia dispersa y, con frecuencia , se convierte en un inadaptado, en un desintegrado social que tira al monte como los "perros sin collar". El fracaso conyugal es el calcio de cultivo de la delincuencia infantil y juvenil. El modelo cristiano es un canto a la vida y a la esperanza. La madre sabe que el niño -"flor ele mi sangre"- es un don de Dios. Sabe que el niño es más de Dios que suyo. Lo mima con femenina delicadeza, como a un ser frágil que podría romperse al menor descuido. Lo amamanta con la leche ele su pecho. Ser madre es desvivirse para vivir en el fruto ele su vientre. Todo está en función del niño como centro vital y amoroso del hogar. Los padres están "para" el pequeño: para quererlo, para formarlo, para ir madurando en un proceso largo y laborioso su inteligencia y su orden ele amor. El niño que se siente que– rido y mimado es cera blanda, receptiva ele las imágenes, ele 47
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