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lirnos de María. configurar nuestro ser y nuestra exi:-,tencia a imagen y semejanza de María. Llegar a ser. aquí y ahora. otra María. María otra vez. María de nuevo. Prolongar espiritual– mente el ser y la existencia de María. E:-,ta compenetración llega a ;,er tan profunda y entrañable que transfigura la entera per:-,onalidacl. Hay una sintonía plena de sentimientos. de modos de ser y de pensar. de visión de la vida, de proyectos y de afanes. de comportamientos y de úda ~anta. La experiencia de esta maternidad nos "marca". nos identifica y nos distingue con una especie de código genético espiritual que nrn, enciende la ma-,a de la sangre. La ··marca". grabada a fuego en la carne del espíritu, es signo y credencial de propiedad y posesión. El enfervorizado amor a la Virgen la C:tHhidera como un grande honor y corno señal \ ísiblc de ,u consagración. profesada y víYída con tem– ple. con garra. con apa;,ionamiento. La consagraci(ín no es un hecho aislado. ni un gesto protocolario para la galería. E~ un compromiso dinámico y original. que se enraíza y se pro) ec– ta en la vida. E~ un eomprorni:-.o en que se empeña el ho,wr como en una jura de bandera de caballeros. como un quijo– tc:,co velar la;, arma-; para ser armado caballero de la Virgen. al ~en icio "full-timc" de la Dama y Señora. Es una dedica– ción en el sentido ortcguiano de ""dcdiear la ,·ida". sin límite\ ni condiciones. La consagración es una expropiaci6n voluntaria. la sabi– duría del pobre que In da todo: el tiempo. el esfuerzo. la e"pa– da. el vigor y la salud por la persona amada. La expropiaci(ín es total y perfecta cuando el devoto llega al exceso amoroso de la donación de sí mismo. El darlo todo. el darse a sí mismo. el dar la vida es la prueba más sublime del amor y sólo se eon– sigue en una sítuaci(ín psicológica de apasionamiento. No es una utopía: es el limpio historial de los enamorados de María. Lo más sorprendente es que esta consagración de tan alta'> calidades y de tanta capacidad de rigor y de ternura ha calado en la conciencia popular y es una práctiea habitual de los cre– yentes. La hemos mamado desde la infancia en toda su pro– fundidad y belleza y reza así: "¡Oh Señora mía. oh Madre mía:. yo me ofre¿co entera- 278

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