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Lencia. el sentido metafísico de su vida en los planes pro\'i– denciales de Dios. En el "'mismo decreto.. de redención del género humano se establece la unión amorosa de vocación y destino entre el Redentor y la mujer que lo engendra en sus entrañas. En el reloj sin esfera de lo eterno y en el espacio infinito de Dios se firma un decreto amoroso en el que el Verbo se hace hombre. engendrado y nacido de mujer. Y esta mujer. predestinada para madre. es María... Esta maternidad. a la hechura de Dios. es la raíz de la ple– nitud de gracia y de la irradiación de esta gracia en dones. pri– vilegios y perfección en la entera exí:,,tencia de la Virgen. No sólo de la gracia personal que es una exigencia para ser digna madre de Dios. sino la gracia para cumplir con plena fideli– dad su vocación de maternidad universal. que es una prolon– gación de su original destino por querer expreso de Dim. Dios. que es elegante y genial como creador, no formó a la mujer nueva de la costilla de Adán. la formó de su corazón y vio que era buena, pulcra y hermosa, la más alta cumbre posible de belleza en una criatura humana. De su corazón bro– taron los verdes manantiales de la naturaleza en su estado de virginidad y los esplendores de la gracia que llegaron a su plenitud en María. Es lógico este excet,o de belleza y de ter– nura en la mujer que iba a ser por deliberada voluntad de amor. :,,U Madre. Por su ser maternal e" la sin pecado. No sólo fue preser– vada del pecado original sino de las consecuencias pecami– nosas de la culpa. de la agresividad de la concupiscencia que se ceba en la fragilidad de la carne y envenena el espíritu con la'> tentaciones de rebeldía y de endiosamiento. Los sentidos corporales de María conservan la virginidad primera y se encuentran en estado de naturaleza pura, en perfecta armonía con las potencias del alma. Como abejas colmeneras fabrican sus panales con el fruto de las flores del bien: lo:,, ojos de María están abiertos a la belleza, sus oídos escuchan la pala– bra de Dios, sin interferencia de voces y ruidos mundanos y en sus labios hay siempre un "sí" de absoluta disponibilidad y un cantar de estremecida gratitud. 266

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