BCCCAP00000000000000000000338

lo alto que captan el mensaje humano y su sentido y los "efec– tos sonoros" del universo. En su aparente pasividad, el papel de concentración y de escucha -saber atender. saber escuchar– es uno de los elementos fundamentales del diálogo y un pilar básico para el pensar armónico y para una convivencia diná– mica y creativa de relaciones humanas. Los oídos vibran con la belleza de grandes parcelas del universo cósmico y humano: la soledad sonora, la música de las el oleaje del mar embravecido, el viento azul pei– nando las mieses maduras, la voz plural del bosque animado, el murmullo del riachuelo. En el oído se remansan los más bellos y puros sentimientos humanos y divinos: la voz de Dios con revuelo de alas angélicas; la música que esponja el corazón en el ensueño. en el goce, en el entusiasmo, en la nos– talgia: el canto del pajarillo que escucha en éxtasis el contemplativo; la canción del enamorado que da sus quejas al viento; el cantar de la alondra traspasada de luz en la gloria ele los trigales... Los oídos limpios rechazan hasta por instinto lo feo. lo turbio, lo sucio, lo opaco, lo deforme. lo retorcido y lo mor– boso en el orden físico, estético y moral: conversaciones tor– pes. insinuaciones impúdicas, canciones obscenas, chistes vulgares de mal gusto, frases provocativas, relatos de subido tono erótico. La liturgia entona himnos a la ·'generación casta con cla– ridad". La virginidad es "el esplendor de la carne". La casti– dad es luminosa, resplandeciente y fragante. La hagiografía nos pone ante los ojos modelos de pureza de tocia raza, len– gua, pueblo y nación. Se le alaba como la virtud angélica. Con todo, ni el hombre ni la mujer son ángeles, sino personas humanas, cuerpos y almas. Quiere decir que hay que luchar a brazo partido para con– servar o para conquistar la delicada y exquisita flor de lacas– tidad. La castidad es posible, corno lo demuestra la experien– cia. En determinados ambientes. es flor de toda estación si se cultiva con esmero. Pero, para comprenderlo y vivirlo, se exige ser "limpios de corazón". No lo entienden los impuros y, menos aún, los obsesivos, los sexo-adictos. La adicción a la 260

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz