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La Asunción es el vértice de la historia humana de María. Es vida e historia para nuestra generación que ha tenido el honor de añadir esa nueva estrella a la corona de la Reina de cielos y tierra con la definición dogmática del misterio. Lo que fue intuición genial y conciencia popular por razones del entendimiento y del corazón desde los primeros tiempos de la era cristiana es hoy profesión de fe divina. Es un hecho que hemos visto con nuestros ojos y palpado con nuestras manos. Las campanas del orbe entero se desmelenaron en con– cierto de gloria. fnmensos bandos de palomas alzaron su vuelo por el cielo azul primaveral del invierno romano, mensajeras aladas de la paz y del bien a honra y prez de la Señora. La plaza del Vati– cano era un pentecostés de vibrantes lenguas de fuego y una vibración gozosa de pañuelos blancos y jubilosos cantares. Gentes de toda raza y condición oían cantar cada uno en su lengua "las maravillas" de la Virgen de Nazaret. Y, de pronto, hizo su aparición la figura transfigurada del Pastor Angélico para el rito solemne de la definición dogmá– tica de la Asunción. La fórmula canónica que recitó Pío XII, vivamente emocionado, reza así. en la Constitución apostóli– ca que se conoce por la "Munificentíssimus Deus'' por las palabras latinas que la encabezan: "Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para 249

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