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imagen de Jesús. Los discípulos estamos empeñados en cono– cer el rostro del modelo para grabarlo en la entraña del espí– ritu. Los apóstoles lograron este objetivo con sólo mirar la cara de María. Chesterton nos indica el camino con una pista original y expresiva hablando del parecido entre Francisco y Cristo: si Francisco es el hombre más parecido a Cristo, Cris– to es el más parecido a Francisco. Jesús es el vivo retrato de María que con su maternidad virginal lo ha engendrado a su imagen y semejanza. Y María es el vivo retrato de Jesú~ en su fisonomía espiritual y en los mínimos detalles de la expresión humana. María es así el ·'molde" en que se plasma y adquie– re nueva forma nuestra personalidad. MARÍA Y PENTECOSTÉS En este clima de "estado de oración". de espiral de armo– nía~ fraternas y de ternuras maternales de María tiene lugar el acontecimiento que cambia y transforma la "faz del univer– so". Nos lo cuenta Lucas en "Los hechos de los Apóstoles", crónica fascinante de la primitiva historia cristiana: '"Al llegar el día de Pentecostés. estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente. resonó un ruido en el cielo, como de un viento recio, y llenó toda la ca,-a. Y vieron aparecer como lenguas de fuego que. repartién– dose, se posaban sobre cada uno de ellos. Y se llenaron todos del Espíritu Santo. y comenzaron a hablar en lenguas diferen– tes. según que el Espíritu Santo les movía a expresarse. Hallá– banse en Jerusalén judíos allí domiciliados, hombres religio– sos de toda nación de las que están debajo del cielo: y al oírse este estruendo. concurrió la multitud y quedó desconcertada, por cuanto le" oían hablar cada uno en su propia lengua..." En esta ocasión. no vinieron los ángeles como mensajeros de la venida del Espíritu Santo. Fue el mismo Jesús el que anunció la noticia de gozo y de esperanza, empeñando su palabra de honor con una promesa: el envío del Consolador con una misión específica en el grupo de discípulos y segui– dores. 240

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