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las verdaderas. La bisutería y la fantasía son una trampa o una chapucería cuando se intentan pasar como oro de ley. Son "mentiras", que rechaza justamente molesto el Doctor fran– ciscano: "No deberíamos inventar nuevos títulos de honor en ala– banza de la Virgen. la cual no necesita nuestras mentiras. ya que está ricamente adornada de verdadera gloria." Con todo, mi malestar es inmensamente mayor cuando se despoja a la Virgen de sus joyas verdaderas y auténticas. Hay cierta tendencia a verdades a medias que rozan los límites de la ortodoxia y que recortan peligrosamente el contenido y la virtualidad de la teoría y de la praxis marianas. Se advierte una especie de alergia a devociones que la Iglesia ha admiti– do e integrado en la liturgia. No ven con buenos ojos la defi– nición de nuevos dogmas que no hacen más que confirmar certezas del "sensus fidelium" y abrir ventanales al progreso de la ciencia mariológica, a la "evolución homogénea" del dogma. Impugnan con vehemencia y en bloque la devoción popular. El gran fallo de esta actitud "minimalista" es su divorcio con la historia y con la vida, que sigue con su dinamismo arrollador. La mentalidad de sistema métrico decimal en cuestiones tan entrañablemente humanas y con tan hondas raíces en el misterio como el tema de María deforma y desvirtúa la reali– dad de los hechos y es, cuando menos, un error de perspecti– va. Es un mal trato, un tratamiento inadecuado que desfigura el estado de la cuestión. Es un cuadro falsificado de la mujer "llena ele esplendor y de pulcra hermosura." Es como la venta a peso de una obra de arte o el análisis químico de un rayo de sol o de un ramo de rosas... La devoción a María es fascinante por su belleza y por su lógica. Sintonizo mental y sentimentalmente con Schillebeeckx, cuando escribe con su madurez característica: "El dogma que enseña que María es la Madre de Dios constituye. pues, un llamamiento divino a practicar la devoción mariana. Y ese llamamiento nos viene del eora- 24