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de reyes", es el original y prototipo de la devoción popular, como salta a la vista en la procesión de "El Borriquillo". Cris– to entra triunfalmente en la ciudad a lomos del borriquillo. La numerosa muc hedumbre sa le a su encuentro con ramas de palmera y se oyen los gritos y vivas festivos. Los fari seos - ¡atenci ón!: sirenas de alarma- manifiestan su contrariedad y malhumor ante la manifestación popular y se enfrentan a Jesús. reconcomidos de envidia. En la narrac ión de San Lucas, la multitud son los discípulos los voceros y pregone– ros los que quieren contagiar su alegría con vivas y a labanzas a Jesús . Se lo reprochan los fariseos y Jesús responde: dejad– les que canten. "Os digo que si éstos callan , gritarán las pie– dras." En otro pasaje evangélico son los niños los que rodean a Jesús, presentados por sus padres -de la mano del padre y de la madre, como en nuestras procesiones-. Los discípulos "les reñían". Y Jesús, al ver esto, "se enfadó" y salió en su defen– sa: "Dejad que los niños vengan a mí." Y abrazaba a los niños y los bendecía imponiendo las manos sobre ellos..." Y una consideración final , entre la envidia y la vergüenza, es que los agraciados con el milagro en el Evange lio no son los profesionales rigurosos de la doctrina y el culto, sino la gente sencilla del pueblo. No los sabios de este mundo que dan tanta importancia a las formas, sino los que se apretujan y se hacen camino con los codos para tocar el manto o la fim– bria de sus vestidos al Señor, los que hacen brotar la fuerza del milagro por su gran fe, los que hacen cola para besar a Jesús y desahogar su corazón ... Pienso, como Jean Guitton, que es un inconveniente en algunos libros que tratan de la Virgen María el hecho de que "van más allá de toda medida" . La hipérbole desasosiega al hombre moderno , pero esta denuncia tiene ilustres precurso– res en los grandes teólogos de la Edad Media y supongo que viene de más lejos . San Bernardo avisa que no necesita de honores añadidos la que di sfruta del supremo honor. Y San Buenaventura recuerda que no se ha de adornar con galas pos– tizas y artificiales, cuando en realidad está adornada de todas

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