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amor es difusivo y se manifiesta en mil formas originales y expresivas. El amor es desbordante y se apodera de la perso– na en su totalidad, desde los sentidos corporales hasta el fondo del ser. El amante está "fuera de sí". volcado senti– mentalmente en el "tú" amoroso, morando y habitando en él. Y en esta situación vital de apasionamiento se convierte en diálogo todo el cuerpo. El devoto de María conoce y domina el lenguaje de las manos cuando acaricia el rostro de la Seño– ra; el lenguaje de los ojos cuando admira, contempla, reza y llora; el lenguaje de los labios que se expresa en besos y can– ciones. El exceso es la norma en la situación de enamoramiento. En el lenguaje amoroso la persona querida es siempre "más", se usan las frases en aumentativo y, sin pensarlo, se exaltan las ponderaciones hasta el superlativo. Lo que sucede con la Virgen es que no se exagera la verdad y que lo que decimos es pálida imagen de lo que en realidad es. Mi escepticismo en la materia, que ahora considero como un fenómeno de inmadurez y presunción juvenil, se tambaleó y cayó herido de muerte cuando me integré afectiva y efecti– vamente entre las gentes del pueblo, cuando descubrí la nobleza de su alma, cuando compartí los dolores, los gozos y esperanzas rezando y cantando a María. No lo aprendí en la Universidad. Lo empecé a comprender formando en las filas del pueblo como peregrino y corno romero de la Virgen. Levanto acta de lo que vi con mis ojos y palparon mis manos: es emocionante la profundidad en el gesto, en la mirada, en la plegaria de esta gente de Dios, la vibración popular con la Virgen, la glorificación de la Madre con la fuerza y expresividad del español castizo, el coro de voces que se apiñan y se entrecruzan a grito abierto en honor de la Señora. Desde fuera, al margen y en la corteza de la romería, puede resultar incomprensible o pueblerino. Desde dentro, es un testimonio impresionante de fervor y de amor. En última instancia, lo que importa en definitiva es la opi– nión y el comportamiento de Jesús. La escena del Domingo de Ramos, en su puesta al día en la magnífica película "Rey 22.

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