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ilusión. La estrella nos enciende en el alma la divina inquie– tud de vivirse y realizarse en plenitud, con el propósito de renovarse cada día, de volver a empezar cada día la tarea de la renovación con esfuerzo y con esperanza. La vocación es dinámica y ensoñadora. Y si no sientes esta inquietud que te muerde por dentro, vete a otro sitio a buscar la estrella. "Vamos a empezar, porque hasta ahora poco o nada hemos hecho". Éste es el guía que nos llevará a la estrella y a la Cuna del Niño. Es el modelo perfecto de la vida religiosa según la forma y vida del Santo Evangelio. Espejo claro de virtud. Ejemplaridad viviente. Y, sin embargo, siente la divina inquietud y en la cumbre de la perfección, padece de incon– formismo y quiere volver a empezar. .. La crisis de vocaciones no es un fenómeno aislado. Es el fruto amargo de la quiebra de los valores morales de un mundo secularizado y paganizante que ha cortado las alas al vuelo del espíritu. En un ambiente rabiosamente hedonista, la vocación religiosa está a la baja y resulta impopular. Y aquí aparece el tentador con sus sofismas de sugestivo tono conci– liador: ¿por qué, por qué no? ¿Por qué ser tan radicales en un ideal de vida que espanta a la juventud de hoy? ¿Por qué no hacerlo más humano y más en línea con la mentalidad de la gente de hoy? ¡Cuidado con las estrellas fugaces! Un ideal descafeinado, de saldos y rebajas atrae peligrosamente la atención de los que miran al cielo, no en busca de la estrella del Niño-Dios, sino como espectáculo, como pasatiempo. No son científicos, ni sabios, ni místicos sino holgazanes. No vienen a adorar y a ofrecer dones, sino a vivir holgadamente. No dejan el mundo para llevar una vida santa. Desertan del mundo por miedo a la lucha por la vida. La selección se impone por simple sentido común y por higiene mental. En cuanto a los criterios hay que tener en cuenta el ojo clí– nico, indispensable en buena psicología y, sobre todo, los 154

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