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dota chocante, de la gracia humorística, de la florecilla fran– ciscana. Es Dios quien llama, pero lo hace a veces "en sueños" como a San José para serenarle el corazón en las amarguras de la duda o para advertirle del peligro que corría el recién nacido. Cuando la voz de Dios nos encuentra adormilados, como al pequeño Samuel, es fácil confundir la palabra de Dios con las de los hombres... Para distinguir la voz de Dios de otras voces busca siem– pre la frecuencia de onda de su emisión, para que puedas cap– tar con nitidez su llamada y el contenido de su mensaje. Las interferencias de ruidos mundanales, del griterío de los senti– dos, de los "intereses creados" son una manipulación. La "imitación" de la voz de Dios es una trampa, un fraude y un chantaje. Por sus frutos los conoceréis. Lo que no suele fallar casi nunca es "la señal", la contraseña del mensajero: el pesebre, los pañales, la pobreza, en una palabra, el despojamiento del rango, la disponibilidad, el amor que se entrega. Si la señal es el encumbramiento personal a hombros de un grupo de pre– sión o la fascinación del poder, de la fuerza o del dinero, no vayáis, cambiad la dirección del camino porque es una tenta– ción del enemigo. Si os dicen que la estrella se ha instalado en la vida confortable de los sentidos, en el orgullo personal o colectivo de una institución, en la soberbia gremial, no les creáis ni una palabra. Y si la soberbia comunal huele a reli– gión, huid a la desbandada porque el peligro es grave. La estrella desaparece por un tiempo indeterminado. Es la ··noche oscura" de horizontes cerrados en que la vocación es sometida a la amarga prueba de la soledad. El "sí" a la llama– da es un compromiso de por vida, pero no es un sí estático y sereno, es un sí dinámico que hay que renovar en todas las situaciones de la vida, lo mismo en las horas de cielo azul y lagos tersos que cuando el destemple y la turbación en las horas bajas. En el paisaje de la vocación, aún en la vivida en plenitud de gracia y de apasionamiento -como la Virgen María- hay zonas de misterio que la razón humana no com- 152

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