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Navidad es tiempo y espac io ele paz. La historia, que es maestra ele la vida, nos enseña que una cosa es ganar la guerra y otra, muy distinta, ganar la paz. La rendición no acaba casi nunca con un abrazo y deja en los vencidos un poso amargo de frustración, ele resentimiento y ele quiebra moral. La paz injusta abre heridas que no cicatri– zan durante varias generaciones. La paz no se construye ni con las armas ni a fuerza de decretos, ni con impos iciones opresivas. Y aquí viene el fenómeno original, que se repite cada año en el Nacimiento de Jesús. Lo que no han podido conseguir los poderosos de este mundo en sus manifiestos y encuentros por la paz, lo consigue el Niño frágil envuelto en pañales. Lo imposible para la fuerza y la ambición lo alcanza la ternura. Se convierten en papel mojado los "mandatos" y las normas del derecho jurídico internacional y se hacen fiestas con el mensaje angélico de la paz. Las "recomendaciones" de la ONU se quedan casi siempre en buenos propósitos sin inci– dencia en la vida. El pregón de Nav idad renueva el interior de la humanidad. Ginebra es el hombre. Belén es Dios. Belén vence a Ginebra... El Príncipe ele la Paz es el gran pacificador. Convence a los pueblos de toda raza y nación para un "alto el fuego" en las Navidades blancas. El Niño Dios hace el milagro del "desarme" y se caen las espadas ele las manos y de los cora– zones, como en Ben Hur cuando presencia la escena de Jesús perdonando a sus verdugos. La paloma de la paz se hace men– sajera del Niño Dios y revuela el mundo entero con el ramo verde de los olivos. Lo triste es la brevedad ele la tregua. ¿Por qué no se prolongan estos días ele paz y gracia en calendario anual? ¿Qué coste estamos dispuestos a pagar para convertir el mundo en una Navidad perfecta? Los seguidores del Príncipe ele la Paz, los hijos de María, Reina ele la Paz, tenemos que dedicar la vida a "declarar la paz", a vivir la paz y a ser "instrumentos ele paz". 141

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