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frente curtida por los vientos recios de la lucha por la vida y por los afanes del trabajo y del presupuesto. Este pueblo conoce y quiere al Niño y a la Virgen madre con verdadero apasionamiento. En el mesón popular hay siempre un lugar acogedor para el Niño y la madre. El pueblo tiene un sentido particularmente vivo del misterio: "Nos ha nacido un Niño, que es Dios, el Salvador". Por eso se ilumi– na la noche con estrellas y palmeras luminosas. Por eso repi– can a vuelo las campanas. Por eso se recarga de regalos el Árbol de Navidad. Por eso se esponja el corazón en júbilo y cantares. Como escribía el poeta, lleno de razón: "Pues hacemos alegrías cuando nace uno de nos. ¿qué haremos naciendo Dios?" En el ambiente festivo, el pregón litúrgico se hace villan– cico popular: "Un Niño hermoso nos ha nacido cual cien rosales que han florecido ..." Este Niño es "fruto bendito del vientre de María", es uno de los nuestros, comparte los dolores y gozos de nuestra exis– tencia. Necesita al nacer los cuidados maternales, como noso– tros cuando niños. Los pañales son un lugar teológico, una prueba de la verdadera humanidad de Jesús. Lo canta el romance navideño: "La Virgen lava pañales y los tiende en el romero. Los angelitos cantando y el romero floreciendo ..." La Virgen en flor de adolescencia siente en su entraña la llamada del instinto maternal y rompe a cantar hermosas can– ciones de cuna, las más ardientes "nanas" de la adoración y de la ternura que jamás hayan oído los nacidos de mujer. La Virgen se materniza y da vida al "villancico", que es la can– ción de cuna a lo divino, con humanísimas resonancias de piedra y cielo. Toda María es maternidad desvivida ante la cuna. El Niño siente en su propia carne la misteriosa aventura de la infancia y está escribiendo su historia personal en las páginas de la naturaleza humana, recién estrenada. El Niño Dios es como n1
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