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sionamiento. La creencia se hace pregón, el entusiasmo se convierte en gritos y vivas: "¡Viva la blanca Paloma, viva la Reina de los ángeles. viva nuestra Señora!". El pueblo la llama "guapa, y guapa y guapa", rubricando estribillos de viejas canciones. Y en esta expresión de devo– ción y cariño condensa el sentimiento popular lo que los tra– tados teológicos explican sobre la gracia, la plenitud de gra– cia, la gracia de la maternidad de María. -"Está guapísima hoy la Virgen"-, me decía un bendito viejo amigo mío, enseñán– dome el altar florido como un jardín. No, amigo, la Virgen no "está hoy" guapísima, "es guapísima siempre". Y ahora, desde que vino el Niño, más que nunca. María se ha "maternizado" hasta el punto de que todo su ser es maternal. Se ha transfigurado física y espiritualmente. Su mirada es más intensa cuando contempla al pequeño. Cuando sonríe se le llenan los ojos de cielo azul y de ternuras inacabables. Cuando le dice cosas al Niño balbucea, se aniña, hace gestos expresivos. Se hace más femenina y original. Vive una situación psicológica de encantamiento y contagia al Niño con su sola presencia amorosa. Por primera vez en la historia de la humanidad, el lengua– je hiperbólico de las madres alcanza sus justas proporciones. María puede llamar a su hijo sin exageración: "mi cielo, mi vida, mi Dios". La Virgen puede mirar al pequeño y rendirle verdadera "adoración". María se ha maternalizado. Ha descubierto el "tú" amoro– so que da sentido y plenitud a su existencia de mujer elegida. Su misión es vivirse y desvivirse por el hijo amado, estar siempre a su lado en un estado de entera disponibilidad, con una presencia humanísima que es comunicación y comunión. Los cronistas ponen de relieve un detalle que bien puede ser "ley" o código de honor en la vida espiritual cristiana: los que buscan a Jesús lo encuentran "siempre" con María, su madre. María es la formadora de Jesús que, bajo su autoridad maternal, va creciendo en edad, en sabiduría y en gracia, ante Dios y ante los hombres... 127