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"Desplegó la fuerza de su brazo..." Dios se enfrenta a los amos del mundo en sus fortale zas más representativas: la soberbia del corazón, el instinto de poder y la fascinación de la riqueza. En cambio, exalta a los humildes y co lma de bienes a los pobres que pasan hambre. La soberbia es una actitud estúpida del espíritu que, en el vér– tigo de la pasión, desintegra y destruye las zonas más sens i– bles del corazón. El soberbio se torna demenc ia l cuando sucumbe a la tentación de endiosamiento y reta a Dios en un desafío mi sera ble. La rebeldía contra Dios, e l rechazo de Dios y hasta la simple marginac ión culpable de Dios es una abe– rración natural. El instinto de poder es una subversión de la jerarquía de valores específicamente humanos. Lo más importante en el hombre es el ser, la intimidad del ser, la perfección del ser. Luego viene la calificación ética, moral o religiosa: es un hombre in teligente, bondadoso, justo, integrador, santo. Lo demás es periférico , circun stancial, meramente adj etivo. Ser poderoso no de fine para nada la calidad personal porque el "tener" es extrínseco a la persona. Psicológ icamente, el ins– tinto de poder con su comparsa ele fuerza, de influencias, de posi bilidades en la sociedad ele consumo, res ulta peligroso hasta extremos insospechados. La espacia en manos del pode– roso puede llegar al derramamiento de sangre. De hecho, el punto más conflictivo en las enseñanzas de Jes ús -no tanto en el mundo viejo testamentario- son las riquezas. María sentirá en su prop ia carne el sufrimi ento que causan los poderosos y los ricos con su prepotencia y su abuso de autoridad. Cristo es implacable en s u batalla contra los ricos, mientras que bendice machaconamen te a los pobres, que son los destinatarios ele Las Bienaventuranzas . La hosti lidad contra los ricos es tan evi dente que no sirven para suav izarla ni las mat izaciones ambiguas, ni las rebajas, ni los saldos. Las expresiones son termi nantes: "¡ay de voso– tros!" . Despojarles de su energía destemp lada es una mani– pulació n. 109