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P. CALASANZ quieres recuperar la gracia y la paz perdidas ... , levántate y vuel– ve a tu casa para recibir el abrazo del Padre Dios. Y yo iré contigo, te enseíiaré el camino, te llevaré ele la mano para celebrar la fiesta en la Mesa del banquete de nuestro Padre Dios. Partimos de la existencia de un fenómeno «vistosa– mente contradictorio». Por una parte, la alergia a la práctica de la confesión aun en ambientes de honda raigambre religiosa y de frecuencia de los sacramentos. Y, por otra, la floración pujante de las confesiones «laicas». El hombre moderno siente la necesidad de «desahogarse» ante una persona que inspire confianza por su bondad o por su competencia, o por ambas cosas a la vez. Ha disminuido de un modo alarmante la confe– sión sacramental, pero se ha fomentado la «confesión» personal y comunitaria en los usos de la sociedad. Va menos gente al confesonario del sacerdote. Va mucha más gente a los «confesores» laicos: el despacho del psicólogo, 1a consulta del psiquiatra, la clínica del médico, la bola mágica del adivino. la « buenaventura» de 1a gitana, la inspiración del curandero. Es un modo de descargar la tensión acumulada en la lucha por la vida que ha marcado al hombre moderno, haciéndole insatisfecho. Nos estamos volviendo un poco nerviosos, hipersensibles. Necesitamos liberarnos de temores, angustias, incertidumbres y remordimientos. Urge una revalorización de !a Confesión sacramental -ya hay indicios de que la gente vuelve- como «encuentro» perso– nal en lo más profundo de la conciencia con Dios, rico en mi– sericordia. Los fieles tienen derecho a este encuentro con el Dios del Amor, que orienta, fortalece y vivifica. La Confesión individual ha sido a lo largo de la historia un lugar específico - 86-
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