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P. CALASANZ inteligencia del hombre más sabio. Estas Leyes son «naturales» en su mayoría. Dios las ha grabado no sólo en «tablas», sino a sangre y fuego en la conciencia del hombre. Por eso tienen vigencia en todos los pueblos del universo, en todas las épocas de la historia, en todas las conciencias. Cristo ha sancionado con su autoridad la vigencia del De– cálogo y lo ha llevado a su plenitud con nuevas perspectivas y contenidos originales. La Ley no sólo norma la conducta exte– rior del hombre, sino que lo transforma por dentro, puesto que Dios la ha grabado en la conciencia y en el corazón del hombre. El legislador es Dios Creador y Padre. El sujeto de la Ley es un hijo de Dios. Cristo nos marca con precisión la jerarquía de valores. El Mandamiento «principal» de la Ley es el Amor de Dios, el Amor a Dios. Un Amor filial, impetuoso, desbordante y to– talizante: Dios es el único Señor. « Y amará al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas.» El segundo Mandamiento, semejante al primero, es el amor al hombre, con una cláusula muy expresiva: «como a sí mis– mo». El hombre no está hecho «para» la Ley, sino que la Ley está en función del hombre. al «servicio del hombre». Y con mucha más razón, Dios es el valor absoluto a quien todo y todos deben servir. l. «DIOS MÍO Y MI TODO» (San Francisco) Lo más maravilloso del mundo es el «grande y bello Amor» de Dios, impetuosamente amado como «el Bien, todo el Bien, Sumo Bien». El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es «capaz de Dios», está hecho para Dios. El cristiano se «rea– liza» plenamente en el Amor de Dios. Sólo Dios puede llenar las ansias del corazón humano. - 76

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