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P. CALASANZ fo ajeno. ¿No es esto exactamente la envidia: alegría por el mal ajeno, pesar por el bien ajeno? Cierto desentendimiento por los semejantes, especialmen– te cuando nos caen gordos o complican nuestra vida: marginados, pobres, mendigos ... La conversión re11ueva y transforma el corazón Es el punto clave de revisión. Por ello hay que empezar pidiendo humilde y confiadamente: Señor, dame un corazón nuevo. Dijo el escritor converso: «Conozco el corazón del hom– bre honrado y es 'horrible'». En el corazón se engendran y en– gordan todos los pecados que afean el mundo. La radiografía que hace Cristo es escalofriante: « Porque del corazón salen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testi– monios, blasfemias ... >> (Mat 15,19). La dureza del corazón está en la base del rechazo de Dios y de su mensaje salvador: «Porque el corazón de este Pueblo se ha endurecido, y sus oídos oyen mal, y han cerrado sus ojos para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender en su corazón, ni convertirse, ni que yo los sane ... » (Mat 13,15). La conversión va al fondo del hombre. Todo movimiento de renovación es estéril si se queda en la superficie, en las aparien– cias y en lo accidental. Cristo fustiga a los fariseos por el culto a las formas exteriores y su descuido del interior: «Ahora vosotros, los fariseos, purificáis el exterior de la copa y del plato; pero vuestro interior está lleno de rapacidad y malicia ... » (Luc 11,39).
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