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JJ. CALASANZ lo acepto porque Cristo tiene siempre la razón. Pero mi entendi– miento y mi subconsciente las rechaza». Tener mentalidad cris– tiana quiere decir que yo sintonizo sentimental y espiritualmente, hasta por instinto, con los criterios y modos de juzgar del Maestro. En este sentido, las «Bienaventuranzas» son un test magní– fico para tomar la temperatura de mi sentido cristiano de la vida: ¿Estamos convencidos que son «bienaventurados» los pobres, los que lloran, los injustamente perseguidos, los pacíficos, los mansos, los limpios de corazón ... ? La conversión despoja al hombre de los errores del entendi– miento: valoración excesiva de sí mismo, endiosamiento, vana– gloria. El converso reconoce sin dificultad su «situación de pe– cador». Por eso pide perdón a Dios, con humildad y confianza: - De los pecados de soberbia, de orgullo, de presunción y de vanidad. - De su egoísmo, excluyente y exclusivo, que hiere, humi– lla, desprecia y margina. De sus contradicciones, de sus rebeldías, de sus cobardías. De sus depresiones, de sus desesperanzas, de su flojedad, de su cansancio, de su pesimismo. La transformación interior sigue en marcha. Ahora nos toca cambiar el sentimiento. Porque el hombre pagano tiene malos sentimientos. Y estos modos de sentir «desdicen» del discípulo de Cristo. En este capítulo habría que revisar muy seriamente nuestro sentido de Dios, quizá deformado por modos «paganos» de ver que no encuentran cobertura en la Revelación o que están en flagrante oposición al Evangelio. Es posible que rebajemos a Dios con la medida estrecha de «modelos» filosóficos, siempre limitados e imperfectos, que nos ocultan al Dios viviente y aman– te del Evangelio. Es posible «fabricarse» un Dios a la medida de nuestra pequeñez, que desplaza al Dios fuerte y misericordio– so. Es peligroso hacer a Dios pequeño, relegado en la práctica - 70-
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