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éRISTú, PROTAGONISTA DE LA MISION POPULAR miento. En la hora de la prueba, se duermen, huyen a la desbandada o niegan a Cristo cobardemente. Su– cumben con increíble fragilidad a los primeros vientos de la tentación del egoísmo, la ambición, la lujuria, la injusticia. Su pecado capital es la pereza en todas sus formas. Para este grupo, la conversión exige una sacudida de la conciencia con las palabras del evangelista: «Ojalá fue– ras frío o caliente. Mas por cuanto eres tibio y no frío ni caliente, estoy para vomitarte de mi boca». La «llamada» Dios está a la puerta y llama insistentemente a la conversión. De ordinario, se necesita un clima interior de recogimiento, de reflexión y de oración para percibir con nitidez y con fuerza su invitación. Los ruidos excesivos, las resonancias profanas, impi– den oír la llamada. Es cuando el Señor recurre a sus métodos originales para salvar al pecador: puede ser la muerte de un ser querido que deja un gran vacío en el alma, el temor angustioso a condenarse, la enfermedad física que te hace experimentar dolorosamente la propia insuficiencia, la decepción por una amis– tad traicionada, una quiebra económica, un sentimiento intenso de vergüenza y de frustración por haber descendido tan bajo ... Dios no cesa de llamar hasta que el pecador se convence de que «esto no puede seguir así» y se decide a volver a la casa paterna. Pero el camino de regreso es largo y duro: una cosa es ver con claridad que hay que cambiar y dar un viraje violento en la vida y otra, muy distinta, el cambio de hecho. De la inte– ligencia al corazón hay a veces una distancia casi infranqueable en el tiempo y en los compromisos. La «respuesta» El pecador está decidido a retornar al Padre. Está íntima– mente persuadido de que tiene que volver. Pero hay muchas cosas que frenan su marcha y la hacen dolorosa. La conversión - 67 -

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