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P. CALASANZ vo, el anillo, el puesto en la mesa familiar. Y renace la alegría por haber recuperado al pródigo. Tienes que volver a casa hoy mismo, porque lo necesitas: el pecado te ha desfigurado y andas como un andrajoso. El pe– cado te ha desheredado y ya no puedes soportar tanta indigni– dad, tanto remordimiento y tanta amargura. Y si no te decides a volver por recobrar la paz, hazlo, al menos, para dar esa ale– gría a tu Padre Dios ... Durante el banquete llegó del campo el hijo mayor. Quedó sorprendido por el concierto de música, el baile y la fiesta. Preguntó qué pasaba y le explicaron que la fiesta era por su hermano, que había vuelto. Se indignó y no quería entrar. Salió su padre y empezó a rogarle que entrara al banquete. Y fue cuando el hijo mayor se desahogó echando en cara al padre el agravio comparativo: siempre le había sido fiel y el padre no tuvo un detalle con él: ni un cabrito para merendar con los amigos. Sin embargo, mata el becerro cebado para celebrar la venida de «ese hijo tuyo, que ha consumido su hacienda con meretrices». ¿Qué decir del hijo mayor? Lo que dijo su padre: «Tú siempre estás conmigo, y todos mis bienes son tuyos». El padre alaba la fidelidad del hermano mayor y le declara dueño de todos sus bienes. No se ensaña con él, no Je da una paliza de denuncias, no lo crucifica. Estamos en el sermón de la misericordia. Si hemos llorado de emoción al ver cómo abraza el padre al hijo pródigo, que vivió perdidamente, vamos a perdonar también al hijo mayor -al que siempre fue bueno y fiel- un detalle de malhumor. Y vamos todos adentro, a celebrar la fiesta con el Padre ... - 62 -
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