BCCCAP00000000000000000000337

P. CALASANZ III « Y entrando en sí mismo, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan de sobra y yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: 'Padre, pequé contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.. .'» Es la hora de Dios. Ha tenido que sobrevenir la miseria para enfrentarlo con la dura realidad. Ha cometido un lamenta– ble error con esta aventura dolorosa, que lo ha despojado hasta de su dignidad de hombre y de hijo: los jornaleros de su padre tienen la mesa servida y el hijo codicia como un pordiosero vergonzante la bazofia que comen los cerdos. Arrecia la lucha interior: «Dios mío, qué locura he come– tido. Soy un degenerado, un egoísta, un hijo desnaturalizado. He hundido a mi padre y ya no tengo perdón de Dios». El joven está confuso. Por una parte, los ramalazos del temor, las dudas, el remordimiento, la vergüenza. Y de pronto, la figura del padre bueno que le invita a regresar, el hogar lleno de calor y de ter– nura, los años felices de la infancia. Nostalgia, pena, recuer– dos ... Poco a poco se va reafirmando en la decisión salvadora: « Iré a mi padre, volveré a casa. Pediré perdón, reconoceré mi error. Estoy dispuesto a todo ... , pero está decidido: volveré junto a mi padre». ¿Qué hacía el padre? ¡Qué iba a hacer! Esperar hasta altas horas la vuelta del hijo. Dar vueltas y gemir durante las noches inacabables pensando en el hijo perdido. Salir en su busca por todos los caminos, cada vez más torpe, cada vez más desgracia– do, cada vez más envejecido. Una espera dramática y atormen– tada. Hasta que un día... siente que le bate violentamente el corazón: es él, tiene que ser él. Está irreconocible, pero el padre adivina que es su hijo. ¡Pobre hijo! Viene encorbado por el peso amargo de la decepción. Viene roto y sucio, sin brillo en la mirada, cansado, - 60-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz