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CRISTO, PROTAGONISTA DE LA MISION POPULAR II «Cuando lo gastó todo sobrevino gran hambre en aquella comarca y comenzó a pasar necesidad ... Se fue a servir y tuvo que guardar cerdos. No podía comer ni la comida de los cerdos ... » ¡Qué contraste tan brntal! El joven ha malgastado toda su fortuna. Con la quiebra eco– nómica huyen en desbandada los parásitos, corno las ratas cuan– do se hunde el barco. El muchacho de la sangre hirviente y el ademán de conquistador se muere de soledad, de hastío, de rabia y de vergüenza. No tiene dinero, está sin hogar, está envilecido. Los amigos lo desprecian. Es un estado de furia y pesadilla. Ha experimentado en su propia carne la falsedad de la vida social, tan fascinante en épocas de prosperidad. En la hora de la desgracia se enfrenta el pobre a la verdad desnuda: es un porquero, un hambriento, un marginado. El cristiano que vive su vida dignamente es un hombre optimista y alegre. Ha tenido que luchar contra las pasiones instintivas por fidelidad a sus principios y a su conciencia. Pero después de una lucha victoriosa, después de levantarse si ha caído, se siente compensado por una maravillosa paz y una inal– terable seguridad. La vida del joven es bella, contagiosamente alegre, vivida con ideales puros. Pero llega el pecado y lo tras– torna todo. Se apaga el brillo de la mirada y el joven se vuelve nervioso, turbado, triste. Y es que el pecado, idealizado por el tentador, es fascinante, pero cometido es amargo y feo. El mismo joven de mirada pura y soñadora que sirvió de modelo para pintar a Cristo, sirvió después de varios años de vida oscura para pintar a Judas ... - 59 -
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