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P. CALASANZ campo al Amor. Y este Amor, más fuerte que la muerte, hará apetecible y feliz la presencia eterna del Salvador. Dadme un amante y comprenderá lo que digo. Se queiaba la novia del romance del paso vertiginoso del tiempo en las tibias tardes de mayo. El tiempo pasa como un relámpago cuando se es feliz. La felicidad en este mundo es treme;1d~rnente fugaz. La felicidad del cielo es eterna porque todo es siempre nuevo, original y fascinante corno un gran Amor. Nunca nos cansaremos de estar con Cristo, de mirarle con arro– bamiento, de escuchar su Palabra siempre nueva. de decirle nuestro Amor mil veces y de mil modos. Y no habrá nunca fati– ga, ni cansancio, ni aburrimiento, porque encontraremos siem– nre entrañable y fascinante su presencia. En la «luz de la gloria» podremos vislumbrar el Amor infi– nito de Dios al pensar en nosotros desde la eternidad y las prue– bas abrumadoras de este Amor en el transcurso de nuestra vida. Y este Amor nos llenará de emoción y gratitud. En la «luz de la gloda» conoceremos la altura y la profundidad del corazón de Dios. Y quedaremos sumergidos en su gozo y en su glorificación. Le mimremos y le amaremos. Le amaremos y le glorificaremos con la ilusión y la ternura del primer día de gloria. La felicidad será total. El éxtasis, eterno. LA ESPERANZA del cielo es una de las ideas-fuerz11 más formidable en la hagiografía cristiana. Los santos han hecho verdaderas «locuras» por la glol"Ía eterna. El pensamiento del cielo -«tengo que salvar mi alma», «por snlvar el alma»- ex– plica el heroísmo y la santidad en sus formas más dramáticas y ejemplares. Y es que, como decía San Pablo con energía y entusiasmo: «Efectivamente, yo tengo para mí que los sufrimien– tos del tiempo presente no merecen compararse con 1a gloria venidera que se manifestará en nosotros. La crea– ción está aguardando con ardiente anhelo esa manifesta– ción de los hijos de Dios, pues si la creación está sorne- - 54-
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