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P. CALASANZ Es un error de perspectiva. Las cosas de este mundo no lle– nan el corazón. La experiencia dramática de San Agustín es una experiencia de la humanidad: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti». ¿ Qué es el cielo? La 1'ea1idad del cielo supera nuestl'as fa– cultades de comprensión y de expresión. No podemos ni imagi– nado en alas de la más exaltada fantasía. Ya lo dijo San Pablo, que vivió con tanta intensidad esta experiencia ünica: « Lo que el ojo no vio, ni el oído humano imaginó, eso preparó Dios aman» (1 Cor 2,9). ni el corazón para los que lo El hombre es un ser constitutivamente limitado e imperfecto. El ojo humano no puede captar más que 1o sensible y cercano. En las vistas panorámicas disfruta con los bellos de la naturaleza, pero pierde el primor del detalle. El hombre de ojos perfectos -paradójicamente, un pobre ciego, Francisco de Asís– ve la belleza del universo más allá de la corteza física, como símbolos expresivos de la belleza suma de Dios. Pero todo esto se realiza desde la fe. En nuestra envoltura corporal vemos como en un enigma, a través de un espejo. El nos da las borrosas y huidizas del misterio. Tenemos la certeza de que existe el cielo. Pero nuestras imágenes son lejanas y de paisajes distintos. No hemos sentido ni experimentado 1a Belleza suprema y care,emos de las expresiones adecuadas. No hemos escuchado con nitidez la voz purísima, la Palabra eterna. Y nuestro pobre corazón. embravecido como el mar o el viento huracanado, no puede imaginar lo que será disfrutar el eterno gozo de ver a Dios cara a cara. Por el momento, en nuestra vida temporal, nos queda la bienaventurada expectación del encuentro dichoso con Dios: Y así estaremos siempre con el Señor. - 52 -

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