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CRISTO, PROTAGONISTA DE LA MIS!ON POPULAR absoluta que es Dios y el valor del alma inmortal, que ha de salvarse a cualquier precio: La figura de este mundo pasa. No tenemos aquí ciudad permanente. Esta situación existencial de paso la desinstalación terrenal. Todos los valores humanos están en función de la vida eterna y de la salvación. Fuera de este marco, todo es relativo e irrelevante. La conclusión es de una lógica aplastante: «el tiempo es limitado; resta, pues, que los que tienen mujeres vivan como si no las tuviesen; y los que lloran, como si no llorasen; y los que se regocijan, como si no se regocijasen; y los que compran, como si no poseyesen; y los que usan del mundo, como si no usa– sen, porque la apariencia de este mundo pasa» ( 1 Cor 7,29-31). En caso de conflicto o de peligro para la salvación, el primer valor es el alma, que hay que salvar a toda costa: si tu ojo o tu mano o tu pie te escandalizan, sácalos, cór– talos... Es preferible perder los miembros del cuerpo y entrar en el cielo que perder el alma. El cristiano fervoroso acaba en nostálgico empedernido de Dios. El cielo estrellado nos llena de nostalgia y melancolía: tenemos las raíces más allá de las estrellas. La fugacidad de las cosas, su constitutiva inconsistencia, nos hace hambrear con un ansia implacable a Dios. Esa pena que se clava en el alma es, en el fondo, ansia de Dios. Esa inquietud que nos desborda es pasión de Dios. Las tragedias del alma se deben casi siempre a malentendi– dos del corazón. El hombre busca furiosamente la felicidad. El hombre tiene el instinto de la felicidad, pero se equivoca al buscarla donde no existe: la satisfacción del orgullo personal, de las ambiciones, de los placeres de este mundo, de la riqueza, del poder, del amor humano. Y después de cada experiencia se siente turbado y decepcionado. - 51

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