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P. CALASANZ CRISTO NOS MERECE LA GLORIA Cristo se presentará ante los bienaventurados con sus cinco llagas como «heridas luminosas». Y ante esta visión de infinito Amor, todos los elegidos romperán a cantar por la plenitud del gozo. El cielo es plenitud: no cabe más alegría, ni más paz, ni más felicidad. Tanta felicidad, que habrá para disfrutarla personalmente y para compartirla a manos llenas con todos. El cielo es «estar siempre con el Señor». Es una ex– periencia pasmosa del Amor personal de Cristo bendito, sin los enigmas de la sin los sobresaltos y baches de la esperanza, con un Amor lleno de gratitud y de ter– nura ... El hombre se ha sentido desvelado a través de la historia por las «cuestiones últimas»: quién soy yo, de dónde vengo, cuál es mi destino final, qué me espera más allá de las fronteras de la muerte. Son cuestiones complejas y difíciles que exigen solucio– nes verdaderas porque afectan a los centros neurálgicos de la humanidad, de todo hombre, de cada hombre en particular. La eternidad, la supervivencia más allá de la muerte, es un pensamiento que sobrecoge y destempla a pensadores, filósofos y poetas desde los principios de la humanidad. Es un problema que inquieta incluso a los santos: ¿Me salvaré o me condena– ré? Las soluciones falsas pueden llevar al hombre a un callejón sin salida o a un sentimiento trágico o fatalista de la vida. Cristo nos da la solución verdadera con absoluta certeza. Ya vimos que la vida tiene un sentido trascendente: el hombre viene de Dios y tiene en Dios su meta y su destino. El hombre es un hambriento insaciable de la felicidad suprema que colme -48-

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