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CRISTO, PROTAGONISTA DE LA MISION POPULAR tión definitiva y suprema. Es saludable enfrentarse con el pen– samiento del infierno, bajar con frecuencia al infierno, aunque nos quite el sueño, para evitar la eterna condenación. La advertencia del Señor es provechosa: el camino que con– duce a la perdición es ancho y espacioso son muchos los que van por él. La vida en pecado excluye posesión del Reino. Quien vive habitu:i1mente en pecado mortal se expone seriamen– te a perder el alma, que es la suprema desgracia, la única des– gracia irreparable. Por eso hay que evitarla a toda costa, aun sacrificando otros valores que, en su comparación, son relativos y contingentes. El valor del alma es incuestionable. En caso de conflicto, lo único importante es «ganar la vida», salvar el alma. Todo lo que pone en peligro el alma tiene que ser cortado: el ojo, la mano, el pie, hasta la misma vida física. Porque es mejor vivir disminuido físicamente que poner en peligro la eterna salva– ción. Es preferible 1a muerte con honor y fidelidad a Cristo a vivir con detrimento del alma inmortal. « No temáis a los que matan el cuerpo, sino a ser arrojados al fuego eterno ... » La escena evangélica es impresionante: Cristo se sienta en su trono de gloria, como Juez supremo de vivos y muertos. Lo acompañan sus ángeles. La humanidad entera espera la senten– cia definitiva. Cristo se dirige a los buenos con infinita ternura: « Venid, benditos)). Luego mira a los malos y los condena con una sentencia justa, escalofriante, inapelable: «Apartaos de Mí, malditos; id al fuego eterno, que fue destinado para el diablo y sus ángeles ... » Es una tragedia total. Es el fracaso definitivo, eterno, sin posible esperanza. Las situaciones trágicas de la vida son siempre parciales. El hombre que fracasa en sus negocios puede empezar de nuevo. Es triste y angustioso, pero no definitivo. Cuando un hombre es declarado culpable por los tribunales humanos queda siempre la esperanza de cumplir la condena y de quedar rehabilitado ante la sociedad. El condenado sabe que no queda lugar para la esperanza: será condenado eternamente. Quedará apartado de Dios para siempre. - 45 -

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