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CRISTO, PROTAGONISTA DE LA MISION POPULAR bienhechor ocasional que a quien nos ha dedicado enteramente su vida. No es justo someter al mismo castigo al ladrón ocasio– nal que a quien se dedica a robar y a matar por oficio. Por eso, el Código Penal tipifica las diversas figuras del delito para san– cionar a los transgresores de la Ley. La voz de la conciencia, rectamente formada, sanciona el bien y el mal ya en el fuero mismo del interior del hombre. Quien obra el mal no necesita denuncias para sentirse humilla– do y avergonzado ante sí mismo: su conciencia le acosa con el remordimiento. Y hay un gozo interior cuando se obra el bien «por sólo el gozo de hacerlo»: es la buena conciencia, que esti– mula, aplaude y recompensa. Sin embargo, la historia de la humanidad y la experiencia personal y colectiva demuestran que la justicia ha sido atrope– llada sin consideraciones. El espectáculo de la injusticia en la historia es desolador y con frecuencia trágico. Los discípulos de Jesús no podernos olvidar que el hombre mejor del mundo fue pospuesto a un asaltador de caminos, con las manos sucias de sangre. Y ya, en el límite de la perversidad y la locura, que Cristo fue condenado a muerte por un tribunal religioso de alto rango. En la hora del mal y del poder de las tinieblas, la justicia humana es un escarnio y una farsa ... Y grita la conciencia: NO HAY DERECHO. Es como un hervor que pudre la sangre, como un inmenso clamor contra la injusticia que irrita y avasalla: Vence la ley del más fuerte, no la ley del mejor. Es la fuerza bruta de la selva, la quijada del asno, el garrote vil, el egoísmo insaciable, las intrigas innobles, las torturas físicas y morales. Es el triunfo de los poderosos, de los amos del mun– do, que tienen en la mano todos los resortes para aplas– tar y ensalzar. Es la manipulación, la tergiversación, las campañas a bombo y platillo para conquistar todas las posiciones estratégicas ... - 35 -
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