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P. CALASANZ hay que prescindir de ellas o eliminarlas. Es una decisión amarga, pero necesaria: «Si tu ojo, tu mano o tu pie te escandalizan, córtalos ... » «CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE ... » «Dios llamó y llama al hombre que se adhiere a El con la totalidad de su naturaleza, en la perpetua comu– nión de la incorruptible vida divina. Y esa victoria la consagró Cristo resucitado a la vida y liberando al hom– bre de la muerte con su propia muerte» (Gauclium et Spes, 18,2). Cristo ha resucitado y nosotros resucitaremos con El. Si re– sucita la Cabeza del Cuerpo Místico, también han de resucitar los miembros. La cuestión es «cómo resucitan los muertos», «con qué cuerpo vienen». Es, en opinión de San Pablo, que tenía una experiencia tan profunda de Cristo, una pregunta de «ignorantes». Y explica el problema con la imagen luminosa del grano de trigo. Estamos en los campos de pan llevar. El sembrador arroja la simiente, que queda depositada en el fondo de la tierra. El grano de trigo muere. Aparentemente, todo es muerte en los campos desolados. Llueve y nieva sobre los sembrados. Los chubascos azotan los surcos. Hay una soledad de muerte. Y de pronto, con el sol y el viento de Dios, empieza a brotar la caña verde, blanquean luego las mieses y se inclinan bajo el fruto las espigas maduras. Y, al fin, tenemos el pan blanco y crujiente sobre la mesa ... Estamos en el camposanto. Aparentemente, todo es soledad, tristeza y muerte. Pero un día, en la primavera de Dios, se nota un dinamismo pujante en las entrañas de la tierra y surge pujante la savia de la inmortalidad y el cuerpo se cubre de follaje y de vida, se anima la mirada en los ojos nuevos, vuelve a estremecerse la masa de la sangre y el corazón se vuelca apasionadamente en Dios. - 30 -

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