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P. CALASANZ la conciencia de pecado, reconocemos pecadores porque lo so– mos y ponernos en camino hacia la casa del Padre. Hay que enfrentarse con rigor y valor ante el propio yo y desnudar el alma ante Dios, sin miedo a contemplar un horrible autorretrato, como dice Konrad Lorenz en Los ocho pecados capitales de la humanidad civilizada. No es un sermón piadoso. El Premio No– bel de Medicina detecta «la incapacidad patente del hombre moderno para estar a solas con su propio yo, aunque sólo sea durante un breve lapso de tiempo». El hombre moderno -víctima de la prisa, de los ruidos, de la superficialidad, del temor, de la agresividad- es como el ciclista solitario que turbaba el bosque con el estruendo de un transistor: Ese tiene miedo ele oír cantar a los pajarillos. CONCIENCIA DE PECADO El rechazo ele Dios Existen campañas organizadas para arrancar de cuajo del corazón del hombre a Dios. Hay una reacción instintiva contra la «imagen» de Dios y todas las manifestaciones de tipo reli– gioso. Es una de esas «vistosas» contradicciones que servirían para una caricatura de humor, si no fueran tan feas y tan deshu– manizantes: ¿por qué tanta fobia y tanta irritación contra Dios si Dios no existe? Nos encontramos en los bajos fondos del fanatismo ateísta, irracional y morboso. De nuevo, el diagnóstico profundo de K. Lorenz: «La excitación instintiva reprime el comportamiento racional ... » «El odio no sólo ciega y ensordece; también suscita una incredulidad ignominiosa.» «Este odio es aún peor que la ceguera o la sordera total porque falsea toda noticia que se intenta olvidar y luego se tergiversa.» - 22

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