BCCCAP00000000000000000000337

P. CALASANZ al científico que quema su vida por el bien de la huma– nidad con descubrimientos que remedian enfermedades hasta ahora mortales y prolongan la vida; - al técnico de empresa que ha llevado el a la pros- peridad con increíble sacrificio; - al obrero de la fábrica que tiene que dedicarse al pluriem– pleo para sacar adelante a la familia en estos tiempos difíciles ... ? Es impopular. Pero hay que hablar del pecado por fidelidad a Cristo y para no traicionar a la Misión encomendada. Hay que hablar del pecado por simple realismo: el pecado existe, el hombre es pecador. Es un engaño seguir la táctica del aves– truz, que mete su cabeza en la tierra cuando oye el ladrido de los perros y huele la pólvora de las escopetas. No podemos callar la situación catastrófica de la que el pecado es el único responsable. Parece una pesadilla el recuerdo de los pecados salvajes que han cometido los pueblos «civilizados» en nuestro tiempo. Hay un síntoma que agrava peligrosamente la cuestión: el hombre moderno ha perdido la «conciencia del pecado» -como afirmaba con tristeza Pío XII y recuerda con Juan Pa– blo II-: « El hombre con temporáneo experimenta la amenaza de una impasibilidad espiritual y hasta la muerte de la conciencia, y esta muerte es algo más profundo que el pecado: es la eliminación del sentido del pecado. Con– curren hoy muchos factores para matar la conciencia de los hombres de nuestro tiempo ... » Esta falta de sensibilidad es clínicamente alarmante. Estamos en Molokay, la isla maldita. Cuando el médico lava con agua hirviendo los pies del P. Damián y no advierte la reacción de dolor hace una mueca de tristeza: el Misionero ha contraído la lepra. Un hombre sano lanza un grito de dolor. Si no grita es que la carne está muerta. - 20-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz