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P. CALASANZ e Dios Padre nos ha puesto providencialmente en el mundo (no por azar o fatalidad del destino). o El Padre nos confía una misión, nos encarga un tra– bajo en nuestro momento histórico, cada uno en su puesto. • Regresa inesperadamente, por sorpresa, y nos pide cuentas, a cada uno en proporción a los «talentos» recibidos. • Recompensa con generosidad los esfuerzos y paga con creces el trabajo realizado en dinero y en alabanzas. • Se irrita contra el siervo malo que entierra sus talen– tos, contra los que no trabajan, con los que llevan una vida estéril. No castiga al siervo malo por haber malgastado el talento, por haberle ofendido con pecados de pensa– miento, palabra y obra. Castiga duramente el pecado de omisión: todo el bien que pude hacer y no hice y que quedará eternamente sin hacer. No corta el árbol solamente por dar malos frutos, sino porque no da frutos ... Cristo valora tanto nuestra alma y nuestra salvación que entrega su propia vida para redimirnos del pecado y de la muerte eterna, que es la condenación. «Hemos sido comprados con su Sangre.» Cristo cogió la sentencia de condenación y la clavó en la Cruz. Quedamos sobreco– gidos por la emoción y la gratitud: Me amó y se entregó a la muerte por mí. Ciertamente, la única desgracia en la vida es no ser santo: Yo ¿para qué nací? Para salvarme. -18-

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