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P. CALASANZ con la proclamación de su autonomía y de su rebeldía frente a Dios. El hombre endiosado se siente «eufórico» por las con– quistas de la ciencia y de la técnica, que realmente son asombrosas: se han suprimido parcialmente las causas del dolor y de la muerte, se hacen operaciones a corazón abierto, se trasplantan órganos y se prolonga la vida. El hombre del mundo moderno se ha adueñado del espa– cio, se ha apoderado de la energía solar. Sin embargo, ha tenido que pagar un costo excesivo por sus conquistas. El hombre moderno no es feliz por– que el progreso lo ha «deshumanizado», convirtiéndolo en víctima de la alienación y del terror. Ha desatado fuer– zas terroríficas que no puede dominar, fuerzas de des– trucción que pueden aniquilarlo. La riqueza y la energía no han servido para crear un mundo más próspero, más humano, más feliz, sino para fabricar armas mortíferas en una loca carrera de armamentos. Con la negación de Dios, la vida se convierte en un túnel sin salida a la trascendencia. El hombre pierde toda su grandeza y dignidad para degenerar en «pasión inútil», en un haz de «sarmientos celulares», en un «gri– to animal de glándulas», en un «ser-para-la muerte», en la «náusea» en la <mada». No es una quiebra parcial de los valores del espíritu, es la ruina de la misma exis– tencia, del mismo ser del hombre. Las ideas llevan dentro una carga explosiva. Y los resultados funestos no se han hecho esperar. Se ha perdido el sentido ético de la vida y la conciencia del pecado. El hombre se ha rebajado a niveles antes insos– pechados de degeneración y envilecimiento. Los valores fundamentales de la persona han sido objeto de chantaje y desprecio. Los derechos humanos han sido conculcados con crueldad y furia. Estamos en una época decadente, triste y fea. El hombre moderno ha perdido su dignidad hasta el -12-

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