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P. CALASANZ acumulada se realizará a largo plazo, a distancia, cuando llegue la hora de la cosecha. La sementera invita al optimismo y a la esperanza. Quizá surja de esta Misión el santo que todos necesitamos y que va a salvar a nuestro pobre mundo. El santo por el que todos suspiramos y que todos estamos labrando a golpes de fide– lidad y de fervor. Es posible que de estas Jornadas surja una vocación sacer– dotal o religiosa. ¿Por qué no? Es posible una floración primaveral de familias auténtica– mente cristianas, de vida espiritual intensa. ¿Por qué no? Es posible una renovación total del pueblo. ¿Por qué no? La labor del sembrador ha acabado por el momento. Pero el agricultor vive pendiente de su campo y de su sementera. Hay que vigilar para que el enemigo no siembre cizaña de noche. Hay que arrancar de cuajo los hierbajos, los cardos y los espi– nos, que pueden sofocar el trigo bueno. Hay que regar los triga– les para que no se agosten. Hay que pedir a Dios la lluvia y el sol para que la mies sea abundante. Hay que perseverar en la oración. Miramos el futuro con esperanza. Es cierto que la vida cris– tiana resulta difícil a la larga, que exige sacrificios y renuncias. Cierto también que tenemos que contar con circunstancias ad– versas de ambiente, de estructuras, de formas de pensar y de sentir de este momento histórico. Tampoco podemos olvidar nuestra propia fragilidad ante las tentaciones. Pero no estamos solos. Contamos con Dios. Aquí queda la Cruz, que es señal de victoria. El cristiano que ama la Cruz cuenta las batallas por victorias. Aquí queda el Sagrario como fuente de energía y fortaleza. Aquí queda la Virgen como modelo y animadora. Aquí quedan los hermanos para estimularnos en la tarea co– mún de la santidad. Tenemos una enorme moral de victoria porque Dios está con nosotros. - 170 -

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