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P. CALASANZ rar los impulsos primitivos de la naturaleza: la irritabilidad a flor de piel, la vehemencia excesiva, la emotividad alocada, la agresividad silvestre, la pereza animal; si vas siempre a lo esencial y no te cuidas en exceso de las apariencias, del maqui– llaje de la propia imagen, del qué dirán, de las circunstancias irrelevantes, de lo periférico y adjetivo; si tienes conciencia de tu propia nada y de que con tus solas fuerzas podrías traicionar hoy mismo a Cristo, a pesar de que lo amas apasionadamente; si en las tempestades turbulentas del espíritu puedes acudir con confianza a Cristo para gritarle que estás a punto de naufra– gar .... amigo, tú eres de los fuertes y llegarás muy lejos. Pero no olvides nunca la exhortación de San Francisco de Asís: Hermanos, vamos a empezar, porque hasta ahora nada hemos hecho. Estarnos de despedida. Con este acto final se clausura la Santa Misión. Con la voz sacudida por el sentimiento, vamos a ratificar nuestros compromisos cristianos ante Dios y ante nuestros her– manos. El testimonio del pueblo es edificante, contagioso y con– movedor. Este es el momento de tomar decisiones para el futuro desde la magnifica experiencia del presente. Es la hora de pro– gramar la vida cristiana en conformidad con las exigencias del Evangelio. La experiencia personal y colectiva de estos encuentros nos da razones para vivir y para esperar. Es posible vivir intensa– mente el Evangelio en nuestro momento histórico, en las circuns– tancias normales de la vida diaria. Posible y fácil, puesto que lo hemos vivido con alegría y entusiasmo durante estas Jornadas misionales. Nos hemos «pasado» un poco dejándonos guiar por el buen corazón. Y esto es estupendo. El Amor va siempre más allá de las «normas». Llevados del buen corazón: - Nos hemos sometido voluntariamente a una disciplina de mortificación y sacrificio. - 166
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