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P. CALASANZ En este espacio intenso de emoción tomó el pan en sus manos, lo bendijo, lo dio a sus discípulos, diciendo: presentimientos, Jesús lo partió y se «Tomad y comed, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros .. Del mismo modo, acabada la cena, tomó el cáliz en sus ma- nos, dio gracias y se lo dio a sus diciendo: «Tornad y bebed todos de porque éste es el Cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por muchos para el per– dón de los pecados ... » Es un misterio de fe. El gran misterio y Sacramento del Amor. Por las palabras sacramentales de la «Consagración», el pan blanco se convierte en Pan del cielo: Se transubstancia en Dios la flor del trigo. «Toda la sustancia del pan se convierte en toda la sustancia del Corpus de Cristo.» Comulgar es comer el Cuerpo de Cristo, Pan de eternidad, Pan de inmortalidad. Cuerpo sagrado. Es la comida espiritual que sacia nuestra ham– bre de Dios. El Pan crujiente y tierno que comemos con ansia y veneración es la Carne de Cristo, amasada en las entrañas virginales de María. Es el Pan que nos hermana a los que nos sentamos a la Mesa de la Eucaristía. Es la comida fraternal que une con nuestros hermanos en la «fracción del Pan». Es el Pan compartido por Cristo, en nombre de Cristo. Por las palabra sacramentales de Jesús, el vino oloroso -fruto de 1a vid y del trabajo del hombre- se convierte en la Sangre de Cristo, Sangre derramada para la redención de todos los hombres, Sangre que se derrama como un chorro de luz sobre el alma para purificarnos de toda mancha, para resca– tamos del dominio del pecado. En la Misa, que es la «renova– ción» de la Cruz, estamos con María junto a la Cruz de su Hijo y lo acompañamos hasta el final: «anunciando su muerte y proclamando su resurrección». - 156

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