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P. CALASANZ «Muchos de sus discípulos» encuentran «dura esta doctri– na», y se escandalizan y se vuelven atrás, separándose del Maestro. Son hombres de corazón pequeño, cerrados a la com– prensión, cerrados al Amor que adivina y acepta la grandeza del misterio. Se quedan con sus evidencias raquíticas del sentido y abandonan decepcionados y acobardados a Cristo. El momento es dramático. Pero Cristo no cede un paso. Es cuestión de ser o no ser para su Persona y para su Mensaje. No ha sido un malentendido: ha dicho exactamente que para tener en sí vida eterna y resurrección con Cristo hay que «comer su Carne» y «beber su Sangre». No cabe una interpretación «metafórica», lo que supon– dría odiar a muerte a su Señor. No se trata aquí de alimentarse espiritualmente con la Palabra de Cristo mediante la fe. No es un banquete de amigos en su sentido «horizontal» de estrechar las relaciones humanas o simplemente de «compartir. .. ». Con esta interpretación no habría razón ninguna para el abandono. Han entendido su doctrina en toda su «dureza». Por eso «abandonan». Es una opción fundamental que decide el ser o no ser de Cristo: «¿También vosotros queréis marcharos?» Responde Simón Pedro, en nombre de los doce: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.» Es una decidida opción por Cristo, por su divinidad, por la Eucaristía. Y es una cuestión de palpitante actualidad. Muchos cristianos de hoy encuentran «duras» las palabras del Maestro. Muchos buscan a Cristo por el pan perecedero y no se alimen- .,.-- 154 ~

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