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P. CALASANZ Cristo nos enseña, pues, a orar con el ejemplo de su vida. Y luego con sus enseñanzas. Nos dice que tenemos que orar, cómo hemos de orar, y nos explica las condiciones de una ora– ción conveniente. Nos asegura, en fin, que todo lo que pidamos al Padre en su nombre nos lo concederá. ¿Qué es orar? Se han dicho cosas bellísimas de la orac1on. Dentro de la variedad y de la riqueza de contenidos, de enfoques y de mati– ces hay una coincidencia fundamental: la oración es un encuen– tro personal con Dios, que expresa todas las situaciones de la vida humana en su más honda raíz. La oración es un descubri– miento progresivo y constante de los designios de Dios y un esfuerzo insistente por descubrir la propia identidad. Es una co– municación con el mismo Dios que lleva al conocimiento y al Amor: «Dios mío, que te conozca a Ti, que me conozca a mí». «Dios mío, ¿quién sois Vos y quién soy yo?» En la oración descubrimos que Dios es Dios y quedamos sobrecogidos por la presencia abrumadora de su trascendencia. Dios es el Altísimo, el Omnipotente, el único Señor. Dios es el Bien, todo Bien, Sumo Bien. Así nace la oración de alabanza, que significa y expresa el reconocimiento de lo infinitamente grande que es Dios en sí mismo, en las obras de la Creación y en su misericordia para con el hombre. Esta situación espiri– tual lleva al hombre a glorificar a Dios, a proclamar que es grande en su poder y en bondad. En la oración descubrimos la propia nada. Y este descubri– miento nos lleva a aceptar y a reconocer las limitaciones de todo tipo, tanto en el orden de la naturaleza -somos la nada onto– lógica- como en el orden de la gracia -no somos capaces por nosotros mismos de nada bueno, nuestra suficiencia nos viene de Dios-. De esta menesterosidad radical nace la súplica: todo lo que necesitamos se lo pedimos a Dios con la humildad y la confianza del mendigo. Cristo Jesús nos ha revelado que Dios es nuestro Padre. Es el descubrimiento que transforma nuestra vida. Dios no es un Ser lejano y ausente del mundo. Dios es nuestro Padre, ejerce con nosotros funciones de la más impresionante paternidad, que - 146 -

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