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P. CALASANZ Y éste es un trabajo de concentración, de profundización, de ensimismamiento para «sintonizar» con Dios. Trabajo muy di– fícil para el hombre, que busca inconscientemente la dispersión en todas sus formas placenteras. El hombre moderno es un gran inventor de evasivas para salir de sí mismo y rehúye los com– promisos de la propia intimidad. Busca la evasión hasta con nobles de caridad y apostolado, en un activismo que, en el fondo, significa una huida cobarde de sí mismo. Y en esta dispersión desintegradora es imposible orar como conviene. Seamos sinceros. Quien se deje seducir por las imá– genes fascinantes que asedian el recuerdo, quien busque la eva– sión morbosamente en el bullicio de los sentidos, quien quiera curiosear y fantasear para llenar la soledad interior... , que se despida de ser alma de oración. La oración necesita unas condiciones, un clima de recogi– miento interior, unos espacios sagrados de intimidad personal. Los maestros de la vida espiritual nos hablan de una especie de concentración parcelaria, suficientemente vallada y acotada para el ejercicio profundo de las facultades del alma. Los especialis– tas de la oración han buscado siempre una pausa para retirarse al bosque, a los valles, a la montaña y a todos los espacios donde se percibe más intensamente la presencia del Dios viviente. Hoy resulta difícil liberarse de las aglomeraciones y recupe– rar el silencio. La montaña, el bosque, el mar, las islas, han su– frido la invasión del transistor, del radio-cassette, del tocadiscos. Toda esta generación masificada «no quiere escuchar el canto de los pajarillos» (Konrad Lorenz). Sin embargo, hay que esforzarse por crear las condiciones favorables para una vida de intensa oración. Como en las emi– soras de radio, hay que reservar una sala silenciosa y abrigada, con un piloto rojo y una inscripción: «Silencio: se graba». Hay que cultivar una parcela del espíritu porque es cuestión de vida o muerte: « ¡Silencio! : se ora ... » - 144 -