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Í'. CALASANZ Quien me bautiza, es decir, me lava los pies y la cabeza y el corazón, y me transmite la sangre de familia divina y me hace participar de la naturaleza divina. Quien me confirma por el Espíritu y me hace «testigo» suyo en el mundo entero. Quien perdona mis pecados y me reconcilia con Dios. Quien me invita personalmente a tomar parte en el «sa– grado banquete» de la Mesa eucarística. Quien consagra el amor de los nuevos esposos. Quien predica el Evangelio a toda criatura, sirviéndose de sus instrumentos, los sacerdotes. Quien acompaña, como Viático, ángel y compañero del viaje a lo eterno, a los que mueren fortalecidos por su misericordia, que es eterna. Jesús cumplió bien su promesa: desde la cuna hasta el se– pulcro gozamos de su presencia. Cuando pronunciamos su nom– bre, responde invariablemente: « ¡Presente! » CUERPOS Y ALMAS Cristo es el Redentor del hombre. El Hijo de Dios se hizo Carne «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación». Cristo, al instituir los Sacramentos, tiene presente al hombre integral, al hombre histórico con su grandeza y su miseria, en su situación real de pecador y pere– grino del Padre. Y este hombre concreto fue creado en justicia original como amigo de Dios. En el momento de la «prueba» perdió la amistad con Dios por el pecado original, que no des– truyó ni corrompió intrínsecamente la naturaleza humana, pero la dejó seriamente herida y apaleada. Cristo, que conoce perfectamente la psicología humana, sabe que el hombre no es un ser «desencarnado», sino cuerpo y alma, barro y espíritu, sensibilidad y racionalidad. Por eso, «se adap– ta» en sus procedimientos al estilo del hombre. Los Sacramen– tos son «signos sensibles», «símbolos expresivos», «gestos signifi– cantes», «hechos de vida». Esta manera de presentar el misterio - 124 -

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