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P. CALASANZ el signo de las relaciones con Dios, conocido y amado como Padre: «No hemos recibido el espíritu del temor servil, sino el espíritu de adopción filial, en virtud del cual decimos: Abba = Padre.» La experiencia de Dios como Padre nos da una seguridad en la vida que no pueden turbar ni los acontecimientos, ni los malos sentimientos de los hombres, ni la propia fragilidad per– sonal. No cabe la turbación ni el espanto con la conciencia viva de que Dios Padre está presente en todos los momentos de la historia y de que todo colabora al bien de los que aman a Dios. Todo lo humano queda en un segundo plano irrelevante ante la grandeza de sentirse hiio de Dios. Las grandezas de este rnun• do: linaje, posición social, fama, riquezas, honores ... , empali– decen ante este título misterioso y único: hijo de Dios. Lo dijo de un modo conmovedor la institutriz de la hija del rey de Francia. En un momento de irritación y de orgullo, dijo la hija del rey de Francia: -¿Olvidas que estás hablando con la hija de tu rey? La institutriz replica, con mansedumbre y serenidad: tú olvidas que estás hablando con la hija de tu Dios? «EL ESPÍRITU DE ADOPCIÓN FILIAL» Nos hace llamar a Dios Padre porque sabernos que Dios es de verdad nuestro Padre. Dios ejerce con nosotros todas las funciones de la paternidad, pero siempre infinitamente rneior: nos da la vida nueva, nos educa, nos da el sentido de la vida, nos forma y nos forja con temple de hombres íntegros y santos. Nos arna con infinita ternura y con infinita misericordia. La «adopción filial» es infinitamente mejor que la humana. Es distinta. Por la adopción humana un extraño entra a formar parte de la familia en virtud de un convenio sancionado por la - 118 -
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