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subidos a un árbol, uno de los cua- con ánimo de trasladar a los Misio– les rugió y enseñó los dientes, pero neros a la estación minera. Con la no les atacaron. comida que traíamos y algo que ¡LLEGA EL AUXILIO... ! Antes de que regresaran los mu– chachos, ya habíamos visto los cie– los abiertos, pues al medio día habían llegado a La Fe el señor Marcelino Vallés y un joven que venían de El Dorado. Ellos nos dieron la poca agua que traían para su consumo personal. Nos in– formaron que, a poco más de una hora de camino, había una esta– ción minera llamada La Lira, don– de se conseguía agua y provisiones en abundancia. Nos ofrecieron una de sus cabalgaduras para acompa– ñarles. A duras penas conseguí que Monseñor me dejara ir en bus– ca de provisiones, aunque me acompañaba el muchacho indíge– na Cirilo. allí preparamos, parecía que a Monseñor y al P. Maximino les volvía el alma al cuerpo. Por ser ya de noche, no pudi– mos regresar a La Lira, pero lo hicimos al día siguiente por lama– ñana. Allí pasamos todo el día ali– mentándonos y recuperando fuer– zas para seguir el camino hasta El Dorado. Uno de los mineros nos prestó su yegua. Cuando regresamos a La Fe, ya estaban esperándonos los hombres que el Prefecto de El Dorado había enviado con sus caballerías, agua y provisiones en abundancia. El martes, de madrugada, ya estábamos en marcha. Los tres Misioneros a caballo y el bagaje en un borriquillo. A pesar de toda nuestra diligencia no llegamos a El Dorado hasta las nueve de la no– che. RECIBIMIENTO ¡CON BANDA DE MUSICA! banda de música, traída expresa– mente de Tumeremo por el señor Sifontes. En el trayecto que había– mos de recorrer tenían levantados varios arcos y adornos de bienve– nida. Habían acondicionado una casa capaz y cómoda para hospe– darnos, y allí fuimos colmados de atenciones que nos hicieron ol– vidar el calvario de trabajos y pri– vaciones de todo el viaje de esta odisea. Tal vez podría creerse que los grandes apuros que pasamos en este viaje, nos hubieran agotado la paciencia. Nada de eso. Ni una queja, ni una impaciencia, exterior o interior, vino a aumentar nues– tros sufrimientos. El señor Jefe de Inspectoría de Fronteras, General Carlos Rangel, nos hizo llevar a los Misioneros y a los muchachos indígenas pri– mero a Tumeremo, y después hasta Upata, adonde llegamos el 2 de marzo a media tarde. El P. Maximino y los dos mu- chachos de Luepa quedaron en Tu– meremo, con ánimo de regresar a la Misión, otra vez andando, en la primera oportunidad. El señor encargado de la esta– ción minera, llamado- Valentín Hernández, se portó admirable– mente. ~andó que nos prepara– sen algo de comida y otras provi– siones para Monseñor y el P. Ma– ximino. Se vino conmigo a La Fe, Todo el pueblo estaba esperando (Relato del P. Féli~ M. ª de Ve– nuestra llegada. Nos recibieron con gamián.) 93
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